En 1932 se produjo una gran explosión volcánica en el Maule, cuyas cenizas llegaron hasta Valparaíso y Santiago en Chile, alcanzando también las ciudades de Buenos Aires, Montevideo y Ciudad del Cabo (Sudáfrica)
TALCA.- Hace 86 años, la zona central de Chile, especialmente en la zona entre Talca y Linares, existió un violento despertar. El despertar de un gigante.
Según el sitio web de Sernageomin, señala que el complejo volcánico Cerro Azul-Quizapú (o Quizapu) pertenece al Grupo Volcánico Descabezados, el cual forma parte del segmento norte de la Zona Volcánica Sur de Los Andes. Se encuentra emplazado en el extremo meridional de este conjunto, posee 3.788 metros sobre el nivel del mar, y se compone de un estratovolcán andesítico relativamente erosionado y un cráter en su flanco norte denominado Quizapú. Este último corresponde al centro de emisión más activo del complejo, históricamente.
El 10 de abril de 1932, a tan solo 80 kilómetros de Talca, una gran columna de humo alcanzó los 25 kilómetros de altura. Los antiguos baquedanos cordilleranos recordaban que “bramaba como un toro”. Era el Quizapú o Cerro Azul el que se alzaba entre medio de Los Andes.
Incluso, esa erupción marcó el nombre que lleva hasta el día de hoy: etimológicamente no tiene un significado en otra lengua ni le fue dado debido a alguna característica, sino que deriva de la respuesta que los lugareños le dieron a la primera expedición científica en estudiar el volcán: “Quizá(s) pu(es)”.
La mega erupción fue de 6 en el Índice de Explosividad Volcánica (ÍEV), siendo esta tan grande que oscureció los cielos de las ciudades de Rancagua y Curicó, y las explosiones hacían vibrar ventanas de lugares tan lejanos como en la capital, Santiago (a 246 km al norte del volcán). Las cenizas precipitaron en lugares tan distantes como en Buenos Aires (Argentina), Brasil y Uruguay, inclusive en Ciudad del Cabo (Sudáfrica), además de Santiago y Valparaíso en nuestro país.
No hubo muerte de personas en esa ocasión, pero si la pérdida de miles de animales y cientos de hectáreas quedaron inutilizables, considerándose una de las erupciones más grandes de la historia de Chile y, así mismo, una de las más grandes nivel mundial, solamente comparable a la erupción del Monte Pinatubo en Filipinas (1991).
Su último despertar fue en 1967, permaneciendo hoy en día “dormido” hasta que decida nuevamente recordar que está vivo, en medio de nuestra cordillera.
Actualmente, como todos los volcanes activos, posee una alarma por parte del Sernageomin. En este caso es de color verde, o sea «presenta una condición normal, habitual, y sin riesgo para la población». Según este mismo organismo, le asigna una calificación llamada «ranking de riesgo específico» según su nivel de peligrosidad, correspondiendo a este volcán el número 16 entre el total de 45 volcanes monitoreados por el Sernageomin.